El carro traqueteaba con parsimonia por el camino empedrado.
Era un vehículo sencillo, construido en madera y tirado por sendos caballos
marrones que resaltaban en la nieve que
estaba apartada a ambos lados de la calzada. Erika apoyó la cabeza en el cristal
empañado por la diferencia de temperatura con el exterior. Su cabeza no hacía
más que rebotar en la húmeda superficie pero le traía sin cuidado. Sus ojos
miraban sin ver la ciudad que, lentamente, dejaba atrás.
Bostezó, haberse quedado hasta tarde estudiando para los
exámenes le pasaba factura. Se frotó la nuca, y se percató de que no tenía
puesta la bufanda. Aunque juraría que se la estaba poniendo antes de que su
maleta cayera rodando por las escaleras (y Kimi la siguiera). Sonrió al
recordar la escena, Kimi tirada al pie de la escalera parcialmente sepultada
por su ropa y maleta, que le tapaba la cabeza. Apenas tuvieron tiempo para
meter todo de nuevo apresuradamente antes de que llegara el carro de su padre a
recogerla. Debió ser en ese momento en el que Kimi se quedó con su bufanda.
- ¿De qué te ríes? – Preguntó el hombre que se sentaba
enfrente.
Matié Collinwood era un famoso comerciante, querido por la
mayor parte de sus conocidos. Le solían describir como buena persona. Adoraba a
su única hija, a la que veía, literalmente, como la niña de sus ojos.
Su pelo era un tono más oscuro que el de Erika, salpicado
por hebras níveas, cortado a cepillo parcialmente y recogido en una trenza de
raíz desde la coronilla hasta la nuca descendiendo apenas 10 centímetros más.
Su estilo de peinado correspondía a lo habitual entre los hombres de Risenhal,
región de la que procedía y de la que no se cansaba de contar historias. Su
rostro, bronceado, curtido y atravesado por finos surcos, podía cambiar desde
una dureza fría cuando se mostraba serio hasta parecer amable si mostraba una
sonrisa. Sus ojos azules parecían reflejar el océano, de un azul brillante y
tan cambiante como este. Tranquilo y calmado o turbulento y tormentoso. Su
nariz torcida daba muestras de haber sido rota en alguna que otra ocasión, cada
vez que alguien le preguntaba, contaba una historia diferente. Debido al
tiempo, sus labios estaban secos y agrietados. En general, y acrecentado por su
pendiente dorado en la oreja derecha, su aspecto era el de un pirata como los
que surcaban los cálidos mares. Aquel día, vestía un largo abrigo azul oscuro,
sobrio, como era de su agrado.
Se había opuesto, en principio, al hecho de que su hija
quería abandonar la casa e irse a estudiar tan lejos. Pero, no disponía de la
fortaleza suficiente como para negarle algo a su hija. Ahora, sentía curiosidad
por saber que había hecho esos tres meses que no la había visto. Sobre todo
porque a él la magia siempre le había parecido cosa difícil e intrigante cuyo
poder solo estaba reservado a unos cuantos eruditos. Conocía magos, por
supuesto, pero no acababa de entender el asunto.
Se frotó la nariz, mientras esperaba a que Erika contestara,
aquello no dejaba de parecerle raro. No solía resfriarse, pero le picaba nariz
desde hacía rato. Aquello solo le ocurría cuando se le acercaba un gato, animal
al que era terriblemente alérgico.
- Nada papá.- Respondió la chica al fin.- Solo, recordaba a
alguien.
- ¿Qué tal el curso?
- Bien.
- ¿Has hecho amigos? ¿Lo pasas bien?
Aquel era un tema que le preocupaba, debido a sus constantes
viajes, Erika no había tenido tiempo para conocer gente de su edad. Le costaba
hacer amigos.
- Sí. Mi compañera de cuarto. Se llama Kimaira Darkshadow.
- ¿Darkshadow? Me suena de algo. A lo mejor conozco a su
padre… Cuéntame más sobre ella.
- Pues…
************************************************
En la ciudad que dejaban atrás, más concretamente sentada en
una mesa del comedor de la residencia, Kimi estornudó. Los papeles que tan
cuidadosamente había estado rellenando y distribuyendo a lo largo de la mesa
salieron volando. Cayeron desperdigándose sin orden. Diligentemente, Nebu, que
estaba encaramado al hombro de la chica saltó al suelo y los recogió.
- Lo siento mucho joven ama.- Se disculpó mientras los
dejaba en un montón sobre la mesa.- Pero no recuerdo el orden en el que estaban
dispuestos.
- Descuida Nebu.- Respondió Kimi.- De todas formas, ya había
terminado.
La señora Sather le había entregado una montaña de papeles y
autorizaciones que Erial había firmado, no sin dejar de quejarse a conciencia
sobre ello. Cogió el montón, debería entregárselos antes de que se enfadara.
Miró a su alrededor, no se veía un alma salvo Phoenix, que estaba reposando
plácidamente frente a la chimenea. Las plumas rojizas reluciendo con un brillo
dorado bajo la luz del crepitante fuego de la chimenea. Todos se habían ido ya
con sus respectivas familias.
Por un momento, imagino que ella era igual que ellos, con un
hogar al que regresar y una familia a la que añorar. Se imaginaba llegando a
casa y abrazando a sus padres. Besaba en la mejilla a una mujer de cabellos
castaños que, sin duda, debía ser su madre. Su padre le revolvía el pelo
mientras leía sus notas y jugaba en la nieve con Lucien. Sonrió. Por raro que
parezca, la idea se le antojó graciosa cuanto menos. La voz de Nebu la sacó de
sus ensoñaciones.
- Joven ama, ¿Está usted resfriada? ¿Se encuentra bien?
- Sí Nebu, estoy bien, no te preocupes por mí.
Un rato más tarde, salía del despacho de la señora Sather.
La mujer le había preguntado cuantos alumnos quedaban antes de que dejara que
se fuera. La verdad es que estaban solos Liam y ella. Supuso que Liam se había
quedado por el castigo. Se preguntó qué clase de familia tendría él. Ya había
salido al exterior cuando un grito le hizo volverse. Liam corría hacia ella, se
dirigían hasta la puerta de metal de la academia.
- - ¿Vas a salir? – Preguntó el chico.- Tengo que devolver una cosa.
Habían pasado un par de días desde que recupero el peluche
de Simón y el cuaderno de Melody. Sin embargo, todavía no había tenido ocasión
de devolvérselo. El niño no se había
dejado ver. Sorprendentemente, Liam sabia a quien se refería. El joven tenía
una gran capacidad de observación, había veces en las que Kimi se preguntaba si
conocía a toda la ciudad.
- - ¿No te molesta quedarte en vacaciones?
Preguntó el chico mientras bajaban una escalinata, Liam
había propuesto callejear por los parques infantiles por si lo veian.
- - No, me gusta estar aquí. ¿Tú?
- - Siempre me quedo en vacaciones. Liam Relicta a
tu servicio. 365 días al año, incluyendo festivos.
- - ¿Siempre?
- - Sí. No tengo padres ¿Sabías?
Un silencio incómodo se instauró entre los dos, Kimi sintió
que debía decir algo para romperlo.
-
Yo… No tengo lugar al que volver.
En ese momento, Liam se abalanzó sobre Kimi y la abrazó por
detrás ignorando por completo sus gritos de: “Suéltame”. Le apretó la mejilla
izquierda provocando que Kimi gimiera de dolor. El gato de Erika le había
despertado aquella mañana con un arañazo, todavía le escocía.
-
Aww.- Dijo Liam.- Así que eres igual que yo ¡Una
huerfanita! ¡Supongo que eso te convierte en mi hermana pequeña!
“Mi último hermano mayor no acabó bien” Quiso decir Kimi,
pero se limitó a replicar:
-
¡Mi padre vive aún, idiota!
Finalmente, Kimi se liberó del abrazo y se separó.
Continuaron caminando con una distancia que la chica se preocupó de mantener.
Dudaba que llegara a acostumbrarse al contacto físico continuado que tenían en
el exterior.
Cuando ya comenzaban a perder las esperanzas de encontrar a
Simon, pasaron junto al cuartel de la milicia. Del cual no paraba de entrar y
de salir gente, parecía que estaban muy ocupados. Kimi sintió ganas de parar a
alguien y preguntar qué pasaba. Como si
Liam le hubiere leído el pensamiento, comentó:
-
Deben estar preparándose para el solsticio de
invierno. Corre el rumor de que han recibido una amenaza.
-
¿De quién?
-
Ni idea, he oído que tiene que ver con el
cadáver de la plaza pero lo que sé seguro es que van a instaurar un toque de
queda el 21.- Respiró profundamente.- Ese día será peligroso salir.
La chica tragó saliva, desde hacía unos días había tenido un
mal presentimiento. Algo malo rondaba ciudad Amatista, pero no podía afinar lo
suficiente como para saber qué. Que Erika le dijera que se iba la alivió mucho.
Se alegraba internamente de que apenas hubiera gente en Ellendor, si venían a
por ella, lo mejor sería que no hubiera nadie a su alrededor. Se preguntaba si
debería huir el 21 cuando sintió que algo le había cogido del abrigo. Se giró
para ver a Simón, que apenas le sostuvo la mirada un segundo antes de apartar
la vista, abrumado.
-
¡Simón! – Exclamó Kimi sonriente.
Sacó el peluche de uno de los bolsillos interiores de su
chaqueta y lo extendió hacia el pequeño.
Simón lo cogió con manos temblorosas y lo estrecho contra su pecho.
-
Gra…cias.- Balbuceó.- Dar…Kimi.
-
Le tienes cariño a ese peluche ¿Verdad? –
Preguntó Liam arrodillándose a su lado.
Simón asintió. Aquel chico de pelo blanco le daba terror
absoluto. No solo por el hecho de ser mago, sino por las historias que contaban
de él.
-
Kimi, ¿Cuándo es tu cumpleaños?
Fue lo único que se le ocurrió preguntar. Deseando que aquel
joven se le apartara. La chica abrió mucho los ojos. Ciertamente, no tenía ni
la menor idea. ¿Cuándo nació? Recordaba vagamente que su padre, una vez al año,
dibujaba símbolos en su cuerpo y pronunciaba unas palabras. Pero le sonaban
difusas, aquello dejó de repetirse hacía mucho tiempo. De hecho, cuando sus poderes despertaron. Una
voz sonó en su cabeza, haciéndola reaccionar. Erial. “21 de Diciembre”.
-
El…21 de Diciembre.- Repitió la chica.
-
¡Eso es pasado mañana!- Exclamó Liam.
-
¡Sí! ¡Una fiesta de cumpleaños!- Chilló excitado
Simón.
-
Kimi, ¿Nunca has tenido una fiesta de
cumpleaños? – Preguntó Liam viendo la mirada interrogante de Kimi. Supuso la
respuesta.- Simón, eso quiere decir que tenemos que darle la mejor fiesta de
cumpleaños de su vida.
-
No, no hace falta.
Intervino Kimi, pero
su intento de hacerse oír paso desapercibido. Ya era tarde, los dos chicos ya
estaban planificándolo todo. De repente Liam se giró, cogió de la mano a Kimi y
salió corriendo arrastrando a la chica. Apenas tuvo tiempo de despedirse de
Simón. Liam giró la cabeza y dijo emocionado:
-
¡Espera a que Hortensia se entere de esto! ¡Se
volverá loca!
Al chico no le faltaba razón, la mujer prácticamente perdió
la cabeza. Los dos días siguientes los pasaron cubriendo el comedor con
serpentinas y haciendo decoraciones. Ignorando por completo las quejas de Kimi,
que cada vez que veía todo ese jaleo se ponía más roja que un tomate. Solo
accedieron a que ella les ayudara. Ante sus peticiones de que desmantelaran
todo, incluso pidiéndolo por favor, Hortensia se limitaba a decir:
-
Si además metemos un pino y lo decoramos, nos
servirá para celebrar la festividad de los dioses.
Kimi tampoco había celebrado la festividad de los dioses más
allá que realizar una ofrenda a Xyxla todos los años. Era una celebración
sosegada y tranquila, pero sospechaba que ahí era muy diferente. Pensó que,
probablemente, las ofrendas serían para todos los dioses. Ella nunca había
visto a nadie celebrar a otros dioses, solo había conocido magos oscuros, y, la
verdad, es que sentía curiosidad.
El 21 por la mañana ya estaba todo preparado. Kimi estaba
sentada en el comedor, que se encontraba lleno de decoraciones. Los ojos
vidriosos mirando un punto fijo, una esquina de piedra de la chimenea. No podía
dejar de mover la pierna en una especie de tic nervioso para aliviar la
tensión. El sentimiento de que algo malo iba a suceder se había acrecentado
durante esos dos días hasta el punto de que estaba perdiendo su acostumbrada
sangre fría. Cualquier ruidito la hacía volverse, ya había estado a punto de
freír al gato de Erika, que parecía que disfrutaba de la situación. La chica le
había dicho que cuidara de él, pero desde el incidente de las escaleras en el
cuál el gato se le había enredado en las piernas a propósito para hacerle caer,
Kimi se empezaba a preguntar si no existiría un espíritu perro. Había intentado
extender el alcance de su percepción, pero no lograba ver nada fuera de lo
común.
Aquello le recordó a una de las pocas excursiones que hizo
con Lucien hacía las profundidades de la oscuridad. Estaban completamente
solos, por el laberinto de túneles que constituían las cámaras inferiores. Una
negrura pesada les envolvía, parecía que se arremolinaba en torno a ellos y les
rozaba como si fuera algo corpóreo, haciendo más difícil la respiración.
Inconscientemente, se acercó a su hermano y se aferró a su camisa. A medida que
caminaban, la sensación de ahogo se intensificaba. Finalmente salieron a un espacio abierto, una
gigantesca sala cilíndrica, con paredes lisas. En su interior, un círculo perfecto,
escavado en la suelo, con bordes tan definidos que no podían ser naturales,
marcaba el borde de un abismo inmenso que ocupaba la mayor parte del lugar. A
su alrededor, un circulo exterior con runas dibujadas en él, por lo poco que
pudieron vislumbrar, se trataba de un sello. Este, estaba bordeado por columnas
negras, tan grandes que ambos chicos se podían esconder detrás perfectamente,
que sujetaban el peso del techo, también con runas grabadas en ellas. No les
costó mucho tiempo descubrir que la oscuridad provenía de ahí. La idea de acercarse
ni siquiera se les pasó por la cabeza, se quedaron detrás de uno de los pilares
de un mineral que no tardaron en identificar, obsidiana. Entonces, notaron como algo se revolvía en el
fondo del agujero. Chirrido agudo subió desde el intensificándose, algo que de
ninguna manera podía ser humano. El miedo latente dio paso al terror. Sintieron
un terror profundo, primitivo, lo que quisiera que estuviera ahí abajo no debía
ser molestado. Los instintos de ambos les gritaban que huyeran, que salieran
corriendo, pero sus cuerpos no respondían. Ni siquiera temblaban, estaban
petrificados tras la columna. Jamás supieron cuanto tiempo duró el pavoroso
grito, un minuto, una hora o un día. Solo que cuando finalmente acabó, huyeron
de ahí lo más rápido que les permitieron sus piernas. Tomados de la mano, que
se habían juntado inconscientemente. Sin cruzar palabra hasta que se vieron a
salvo. Jamás hablaron de lo sucedido allí abajo, ni siquiera entre ellos. Era
preferible olvidar.
Sin embargo, con un escalofrío, lo había recordado. La
tensión que sintió mientras bajaba era igual a aquello. En la sala no se oía ni
un ruido, solo el crepitar de las llamas y un golpeteo suave que Kimi más tarde
comprendió que se trataba de los latidos de su corazón. La nevada había cesado,
pero según Hortensia esa noche habría ventisca. Liam estaba en su habitación, y
la verdad, Kimi prefería se quedara ahí. De repente, se puso en pie. Necesitaba
moverse, y hablar con alguien sobre eso. Durante un momento pensó en invocar a
Erial, sin embargo, la mujer ya le había expresado sus opiniones al respecto la
noche anterior: “Imaginaciones tuyas” dijo. Tragó saliva, sabía con quien tenía
que hablar. Antes incluso de que formulara su pregunta, la grave voz de Draco
resonó en su cabeza, con su sempiterno tono de fastidio.
-
¿Qué quieres mocosa?
-
¿Has notado algo raro últimamente?
-
Hmm… Tú también lo has sentido ¿No?
-
Sí.
-
No tienes por qué temer.
-
¡No tengo miedo!
-
No tengas miedo.- Replicó Draco ignorándola.- Yo
estoy aquí para protegerte. Todos lo estamos. Yo soy la espada que destroza. Y
ahora, me voy, hay gente que tiene cosas que hacer.
Aunque sabía que Draco tenía razón, no por ello dejaba de
sentirse intranquila. Las horas pasaron hasta el mediodía, se obligó a comer a
pesar de que sentía la boca del estómago cerrada, todo le sabía igual. Después
fue a pasear. Callejeó por la ciudad
durante horas, se planteó bajar al sótano de la catedral, pero desechó la idea
rápidamente, no quería legar tarde. La tarde se le representaba en la mente
como un chicle que se alargaba sin parar. Sin darse cuenta, sus pies la habían
traído de vuelta a la academia. Y justo a tiempo, empezaba a oscurecer. Un
último rayo de sol escapó de la espesa capa de nubes plomizas por un segundo
para colarse en el comedor y haciendo que Kimi entornara los ojos.
Vio a Liam y a Hortensia hablando, parecían preocupados.
Sentía que había una tensión creciente en el ambiente. Mientras se acercaba a
ellos el aire le pareció denso, como si en su lugar hubiera agua. Algo iba mal.
El sol terminó de ponerse. No había visto a Simón, pero como era tan pequeño no
le había extrañado. ¿Dónde estaba? Cuando acabó de recorrer el pequeño espacio
que la separaba de Liam ya estaba segura de que algo iba muy mal. ¿Dónde se
habría metido ese niño? Hortensia estaba pálida.
-
Kimi.- Dijo Liam, por su tono de voz parecía que
hubiera muerto alguien.- ¿Has visto a Simón?
-
Yo iba a preguntarte lo mismo. ¿Dónde está?
-
Dijo que iba a por el pastel pero no ha venido.
En aquel momento, solo el sonido de las campanas replicando
rompió el silencio sepulcral que había caído como una losa de piedra en el
comedor. El toque de queda había comenzado.
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