lunes, 28 de marzo de 2016

Ellendor 13 (Obsidiana)

     El carro traqueteaba con parsimonia por el camino empedrado. Era un vehículo sencillo, construido en madera y tirado por sendos caballos marrones que resaltaban en  la nieve que estaba apartada a ambos lados de la calzada. Erika apoyó la cabeza en el cristal empañado por la diferencia de temperatura con el exterior. Su cabeza no hacía más que rebotar en la húmeda superficie pero le traía sin cuidado. Sus ojos miraban sin ver la ciudad que, lentamente, dejaba atrás.
    Las fachadas empedradas de los edificios; los puestos del mercado que, a pesar del frío, seguían montándolos desde primera hora de la mañana; escaparates de comercios, incluso un par de transeúntes que, arrebujándose en sus abrigos, se atrevían a salir a la intemperie. Su mente estaba cada vez más lejos de su cuerpo. Meditaba sobre si su decisión de abandonar Ellendor por las vacaciones de invierno era una buena idea, se sentía culpable por dejar a Kimi sola. Aunque la chica le había asegurado que estaría bien, de hecho, parecía aliviarle, o incluso alegrarle, su partida. Mientras se despedían le había pedido, mirándola con sus ojos del color de las hojas de los árboles en primavera, que tuviera cuidado durante el viaje. Viéndola, cualquiera hubiera dicho que esperaba que algo malo sucediera.
    Bostezó, haberse quedado hasta tarde estudiando para los exámenes le pasaba factura. Se frotó la nuca, y se percató de que no tenía puesta la bufanda. Aunque juraría que se la estaba poniendo antes de que su maleta cayera rodando por las escaleras (y Kimi la siguiera). Sonrió al recordar la escena, Kimi tirada al pie de la escalera parcialmente sepultada por su ropa y maleta, que le tapaba la cabeza. Apenas tuvieron tiempo para meter todo de nuevo apresuradamente antes de que llegara el carro de su padre a recogerla. Debió ser en ese momento en el que Kimi se quedó con su bufanda.
     - ¿De qué te ríes? – Preguntó el hombre que se sentaba enfrente.
    Matié Collinwood era un famoso comerciante, querido por la mayor parte de sus conocidos. Le solían describir como buena persona. Adoraba a su única hija, a la que veía, literalmente, como la niña de sus ojos.
    Su pelo era un tono más oscuro que el de Erika, salpicado por hebras níveas, cortado a cepillo parcialmente y recogido en una trenza de raíz desde la coronilla hasta la nuca descendiendo apenas 10 centímetros más. Su estilo de peinado correspondía a lo habitual entre los hombres de Risenhal, región de la que procedía y de la que no se cansaba de contar historias. Su rostro, bronceado, curtido y atravesado por finos surcos, podía cambiar desde una dureza fría cuando se mostraba serio hasta parecer amable si mostraba una sonrisa. Sus ojos azules parecían reflejar el océano, de un azul brillante y tan cambiante como este. Tranquilo y calmado o turbulento y tormentoso. Su nariz torcida daba muestras de haber sido rota en alguna que otra ocasión, cada vez que alguien le preguntaba, contaba una historia diferente. Debido al tiempo, sus labios estaban secos y agrietados. En general, y acrecentado por su pendiente dorado en la oreja derecha, su aspecto era el de un pirata como los que surcaban los cálidos mares. Aquel día, vestía un largo abrigo azul oscuro, sobrio, como era de su agrado.
    Se había opuesto, en principio, al hecho de que su hija quería abandonar la casa e irse a estudiar tan lejos. Pero, no disponía de la fortaleza suficiente como para negarle algo a su hija. Ahora, sentía curiosidad por saber que había hecho esos tres meses que no la había visto. Sobre todo porque a él la magia siempre le había parecido cosa difícil e intrigante cuyo poder solo estaba reservado a unos cuantos eruditos. Conocía magos, por supuesto, pero no acababa de entender el asunto.
Se frotó la nariz, mientras esperaba a que Erika contestara, aquello no dejaba de parecerle raro. No solía resfriarse, pero le picaba nariz desde hacía rato. Aquello solo le ocurría cuando se le acercaba un gato, animal al que era terriblemente alérgico.
    - Nada papá.- Respondió la chica al fin.- Solo, recordaba a alguien.
    - ¿Qué tal el curso?
    - Bien.
    - ¿Has hecho amigos? ¿Lo pasas bien?
    Aquel era un tema que le preocupaba, debido a sus constantes viajes, Erika no había tenido tiempo para conocer gente de su edad. Le costaba hacer amigos.
    - Sí. Mi compañera de cuarto. Se llama Kimaira Darkshadow.
    - ¿Darkshadow? Me suena de algo. A lo mejor conozco a su padre… Cuéntame más sobre ella.
    - Pues…
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    En la ciudad que dejaban atrás, más concretamente sentada en una mesa del comedor de la residencia, Kimi estornudó. Los papeles que tan cuidadosamente había estado rellenando y distribuyendo a lo largo de la mesa salieron volando. Cayeron desperdigándose sin orden. Diligentemente, Nebu, que estaba encaramado al hombro de la chica saltó al suelo y los recogió.
    - Lo siento mucho joven ama.- Se disculpó mientras los dejaba en un montón sobre la mesa.- Pero no recuerdo el orden en el que estaban dispuestos.
    - Descuida Nebu.- Respondió Kimi.- De todas formas, ya había terminado.
    La señora Sather le había entregado una montaña de papeles y autorizaciones que Erial había firmado, no sin dejar de quejarse a conciencia sobre ello. Cogió el montón, debería entregárselos antes de que se enfadara. Miró a su alrededor, no se veía un alma salvo Phoenix, que estaba reposando plácidamente frente a la chimenea. Las plumas rojizas reluciendo con un brillo dorado bajo la luz del crepitante fuego de la chimenea. Todos se habían ido ya con sus respectivas familias.
Por un momento, imagino que ella era igual que ellos, con un hogar al que regresar y una familia a la que añorar. Se imaginaba llegando a casa y abrazando a sus padres. Besaba en la mejilla a una mujer de cabellos castaños que, sin duda, debía ser su madre. Su padre le revolvía el pelo mientras leía sus notas y jugaba en la nieve con Lucien. Sonrió. Por raro que parezca, la idea se le antojó graciosa cuanto menos. La voz de Nebu la sacó de sus ensoñaciones.
    - Joven ama, ¿Está usted resfriada? ¿Se encuentra bien?
    - Sí Nebu, estoy bien, no te preocupes por mí.
    Un rato más tarde, salía del despacho de la señora Sather. La mujer le había preguntado cuantos alumnos quedaban antes de que dejara que se fuera. La verdad es que estaban solos Liam y ella. Supuso que Liam se había quedado por el castigo. Se preguntó qué clase de familia tendría él. Ya había salido al exterior cuando un grito le hizo volverse. Liam corría hacia ella, se dirigían hasta la puerta de metal de la academia.
-              - ¿Vas a salir? – Preguntó el chico.- Tengo que devolver una cosa.
    Habían pasado un par de días desde que recupero el peluche de Simón y el cuaderno de Melody. Sin embargo, todavía no había tenido ocasión de devolvérselo.  El niño no se había dejado ver. Sorprendentemente, Liam sabia a quien se refería. El joven tenía una gran capacidad de observación, había veces en las que Kimi se preguntaba si conocía a toda la ciudad.
-            - ¿No te molesta quedarte en vacaciones?
    Preguntó el chico mientras bajaban una escalinata, Liam había propuesto callejear por los parques infantiles por si lo veian.
-           -  No, me gusta estar aquí. ¿Tú?
-            - Siempre me quedo en vacaciones. Liam Relicta a tu servicio. 365 días al año, incluyendo festivos.
-            - ¿Siempre?
-            -  Sí. No tengo padres ¿Sabías?
    Un silencio incómodo se instauró entre los dos, Kimi sintió que debía decir algo para romperlo.
-        Yo… No tengo lugar al que volver.
    En ese momento, Liam se abalanzó sobre Kimi y la abrazó por detrás ignorando por completo sus gritos de: “Suéltame”. Le apretó la mejilla izquierda provocando que Kimi gimiera de dolor. El gato de Erika le había despertado aquella mañana con un arañazo, todavía le escocía.
-        Aww.- Dijo Liam.- Así que eres igual que yo ¡Una huerfanita! ¡Supongo que eso te convierte en mi hermana pequeña!
“Mi último hermano mayor no acabó bien” Quiso decir Kimi, pero se limitó a replicar:
-        ¡Mi padre vive aún, idiota!
    Finalmente, Kimi se liberó del abrazo y se separó. Continuaron caminando con una distancia que la chica se preocupó de mantener. Dudaba que llegara a acostumbrarse al contacto físico continuado que tenían en el exterior.
Cuando ya comenzaban a perder las esperanzas de encontrar a Simon, pasaron junto al cuartel de la milicia. Del cual no paraba de entrar y de salir gente, parecía que estaban muy ocupados. Kimi sintió ganas de parar a alguien y preguntar qué pasaba.  Como si Liam le hubiere leído el pensamiento, comentó:
-        Deben estar preparándose para el solsticio de invierno. Corre el rumor de que han recibido una amenaza.
-        ¿De quién?
-        Ni idea, he oído que tiene que ver con el cadáver de la plaza pero lo que sé seguro es que van a instaurar un toque de queda el 21.- Respiró profundamente.- Ese día será peligroso salir.
    La chica tragó saliva, desde hacía unos días había tenido un mal presentimiento. Algo malo rondaba ciudad Amatista, pero no podía afinar lo suficiente como para saber qué. Que Erika le dijera que se iba la alivió mucho. Se alegraba internamente de que apenas hubiera gente en Ellendor, si venían a por ella, lo mejor sería que no hubiera nadie a su alrededor. Se preguntaba si debería huir el 21 cuando sintió que algo le había cogido del abrigo. Se giró para ver a Simón, que apenas le sostuvo la mirada un segundo antes de apartar la vista, abrumado. 
-        ¡Simón! – Exclamó Kimi sonriente.
     Sacó el peluche de uno de los bolsillos interiores de su chaqueta y lo extendió  hacia el pequeño. Simón lo cogió con manos temblorosas y lo estrecho contra su pecho.
-        Gra…cias.- Balbuceó.- Dar…Kimi.
-        Le tienes cariño a ese peluche ¿Verdad? – Preguntó Liam arrodillándose a su lado.
    Simón asintió. Aquel chico de pelo blanco le daba terror absoluto. No solo por el hecho de ser mago, sino por las historias que contaban de él.
-        Kimi, ¿Cuándo es tu cumpleaños?
    Fue lo único que se le ocurrió preguntar. Deseando que aquel joven se le apartara. La chica abrió mucho los ojos. Ciertamente, no tenía ni la menor idea. ¿Cuándo nació? Recordaba vagamente que su padre, una vez al año, dibujaba símbolos en su cuerpo y pronunciaba unas palabras. Pero le sonaban difusas, aquello dejó de repetirse hacía mucho tiempo.  De hecho, cuando sus poderes despertaron. Una voz sonó en su cabeza, haciéndola reaccionar. Erial. “21 de Diciembre”.
-        El…21 de Diciembre.- Repitió la chica.
-        ¡Eso es pasado mañana!- Exclamó Liam.
-        ¡Sí! ¡Una fiesta de cumpleaños!- Chilló excitado Simón.
-        Kimi, ¿Nunca has tenido una fiesta de cumpleaños? – Preguntó Liam viendo la mirada interrogante de Kimi. Supuso la respuesta.- Simón, eso quiere decir que tenemos que darle la mejor fiesta de cumpleaños de su vida.
-        No, no hace falta.
      Intervino Kimi, pero su intento de hacerse oír paso desapercibido. Ya era tarde, los dos chicos ya estaban planificándolo todo. De repente Liam se giró, cogió de la mano a Kimi y salió corriendo arrastrando a la chica. Apenas tuvo tiempo de despedirse de Simón. Liam giró la cabeza y dijo emocionado:
-        ¡Espera a que Hortensia se entere de esto! ¡Se volverá loca!
    Al chico no le faltaba razón, la mujer prácticamente perdió la cabeza. Los dos días siguientes los pasaron cubriendo el comedor con serpentinas y haciendo decoraciones. Ignorando por completo las quejas de Kimi, que cada vez que veía todo ese jaleo se ponía más roja que un tomate. Solo accedieron a que ella les ayudara. Ante sus peticiones de que desmantelaran todo, incluso pidiéndolo por favor, Hortensia se limitaba a decir:
-        Si además metemos un pino y lo decoramos, nos servirá para celebrar la festividad de los dioses.
    Kimi tampoco había celebrado la festividad de los dioses más allá que realizar una ofrenda a Xyxla todos los años. Era una celebración sosegada y tranquila, pero sospechaba que ahí era muy diferente. Pensó que, probablemente, las ofrendas serían para todos los dioses. Ella nunca había visto a nadie celebrar a otros dioses, solo había conocido magos oscuros, y, la verdad, es que sentía curiosidad.
El 21 por la mañana ya estaba todo preparado. Kimi estaba sentada en el comedor, que se encontraba lleno de decoraciones. Los ojos vidriosos mirando un punto fijo, una esquina de piedra de la chimenea. No podía dejar de mover la pierna en una especie de tic nervioso para aliviar la tensión. El sentimiento de que algo malo iba a suceder se había acrecentado durante esos dos días hasta el punto de que estaba perdiendo su acostumbrada sangre fría. Cualquier ruidito la hacía volverse, ya había estado a punto de freír al gato de Erika, que parecía que disfrutaba de la situación. La chica le había dicho que cuidara de él, pero desde el incidente de las escaleras en el cuál el gato se le había enredado en las piernas a propósito para hacerle caer, Kimi se empezaba a preguntar si no existiría un espíritu perro. Había intentado extender el alcance de su percepción, pero no lograba ver nada fuera de lo común.
    Aquello le recordó a una de las pocas excursiones que hizo con Lucien hacía las profundidades de la oscuridad. Estaban completamente solos, por el laberinto de túneles que constituían las cámaras inferiores. Una negrura pesada les envolvía, parecía que se arremolinaba en torno a ellos y les rozaba como si fuera algo corpóreo, haciendo más difícil la respiración. Inconscientemente, se acercó a su hermano y se aferró a su camisa. A medida que caminaban, la sensación de ahogo se intensificaba.  Finalmente salieron a un espacio abierto, una gigantesca sala cilíndrica, con paredes lisas. En su interior, un círculo perfecto, escavado en la suelo, con bordes tan definidos que no podían ser naturales, marcaba el borde de un abismo inmenso que ocupaba la mayor parte del lugar. A su alrededor, un circulo exterior con runas dibujadas en él, por lo poco que pudieron vislumbrar, se trataba de un sello. Este, estaba bordeado por columnas negras, tan grandes que ambos chicos se podían esconder detrás perfectamente, que sujetaban el peso del techo, también con runas grabadas en ellas. No les costó mucho tiempo descubrir que la oscuridad provenía de ahí. La idea de acercarse ni siquiera se les pasó por la cabeza, se quedaron detrás de uno de los pilares de un mineral que no tardaron en identificar, obsidiana. Entonces, notaron como algo se revolvía en el fondo del agujero. Chirrido agudo subió desde el intensificándose, algo que de ninguna manera podía ser humano. El miedo latente dio paso al terror. Sintieron un terror profundo, primitivo, lo que quisiera que estuviera ahí abajo no debía ser molestado. Los instintos de ambos les gritaban que huyeran, que salieran corriendo, pero sus cuerpos no respondían. Ni siquiera temblaban, estaban petrificados tras la columna. Jamás supieron cuanto tiempo duró el pavoroso grito, un minuto, una hora o un día. Solo que cuando finalmente acabó, huyeron de ahí lo más rápido que les permitieron sus piernas. Tomados de la mano, que se habían juntado inconscientemente. Sin cruzar palabra hasta que se vieron a salvo. Jamás hablaron de lo sucedido allí abajo, ni siquiera entre ellos. Era preferible olvidar.
    Sin embargo, con un escalofrío, lo había recordado. La tensión que sintió mientras bajaba era igual a aquello. En la sala no se oía ni un ruido, solo el crepitar de las llamas y un golpeteo suave que Kimi más tarde comprendió que se trataba de los latidos de su corazón. La nevada había cesado, pero según Hortensia esa noche habría ventisca. Liam estaba en su habitación, y la verdad, Kimi prefería se quedara ahí. De repente, se puso en pie. Necesitaba moverse, y hablar con alguien sobre eso. Durante un momento pensó en invocar a Erial, sin embargo, la mujer ya le había expresado sus opiniones al respecto la noche anterior: “Imaginaciones tuyas” dijo. Tragó saliva, sabía con quien tenía que hablar. Antes incluso de que formulara su pregunta, la grave voz de Draco resonó en su cabeza, con su sempiterno tono de fastidio.
-        ¿Qué quieres mocosa?
-        ¿Has notado algo raro últimamente?
-        Hmm… Tú también lo has sentido ¿No?
-        Sí.
-        No tienes por qué temer.
-        ¡No tengo miedo!
-        No tengas miedo.- Replicó Draco ignorándola.- Yo estoy aquí para protegerte. Todos lo estamos. Yo soy la espada que destroza. Y ahora, me voy, hay gente que tiene cosas que hacer.
    Aunque sabía que Draco tenía razón, no por ello dejaba de sentirse intranquila. Las horas pasaron hasta el mediodía, se obligó a comer a pesar de que sentía la boca del estómago cerrada, todo le sabía igual. Después fue a pasear.  Callejeó por la ciudad durante horas, se planteó bajar al sótano de la catedral, pero desechó la idea rápidamente, no quería legar tarde. La tarde se le representaba en la mente como un chicle que se alargaba sin parar. Sin darse cuenta, sus pies la habían traído de vuelta a la academia. Y justo a tiempo, empezaba a oscurecer. Un último rayo de sol escapó de la espesa capa de nubes plomizas por un segundo para colarse en el comedor y haciendo que Kimi entornara los ojos.
    Vio a Liam y a Hortensia hablando, parecían preocupados. Sentía que había una tensión creciente en el ambiente. Mientras se acercaba a ellos el aire le pareció denso, como si en su lugar hubiera agua. Algo iba mal. El sol terminó de ponerse. No había visto a Simón, pero como era tan pequeño no le había extrañado. ¿Dónde estaba? Cuando acabó de recorrer el pequeño espacio que la separaba de Liam ya estaba segura de que algo iba muy mal. ¿Dónde se habría metido ese niño? Hortensia estaba pálida.
-        Kimi.- Dijo Liam, por su tono de voz parecía que hubiera muerto alguien.- ¿Has visto a Simón?
-        Yo iba a preguntarte lo mismo. ¿Dónde está?
-        Dijo que iba a por el pastel pero no ha venido.

    En aquel momento, solo el sonido de las campanas replicando rompió el silencio sepulcral que había caído como una losa de piedra en el comedor. El toque de queda había comenzado.

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